Hoy en día, ya sí, vivimos en una sociedad dominada por el uso de tecnologías impensables hace ya no treinta o veinte, sino ya diez años. Y hay demasiada gente que nunca estuvo preparada para ello.
Culpad a la tecnofobia, o incluso a la neofobia. El miedo al cambio, o a cualquier tipo de evolución, representa un gravísimo problema, a veces un insalvable obstáculo social. Y va empeorando, la evolución tecnológica sigue una progresión exponencial.
Lo vemos cada día, en todos lados, técnicos de marketing, a veces siendo incluso analfabetos digitales, inventando palabras cada vez más enrevesadas, acrónimos imposibles, y neologismos absurdos para llamar a cada nuevo conector, a cada nuevo cable, a cada nuevo botón, o incluso para decir que esa televisión tiene tal cual resolución. Y gente perdida entre millones de pegatinas, entre millones de siglas que no entienden, que se llenan la boca con todo lo que dicen que podrá hacer su futura compra. Al final todo se quedará en nada. Casi toda esa funcionalidad será olvidada y desperdiciada.
Tristes incautos que se compran toda una máquina de cientos o miles de euros, porque el vendedor de ésta o ésa gran superficie les ha convencido de que lo necesitan si quieren escribir o hablar con sus conocidos. Vendedor que es vendedor, pero no sabe lo que vende. Comprador que es comprador, y no sabe lo que compra. Usuario que no usará lo que ha pagado.
Mucha gente lo pasa mal, terriblemente mal, y lo veo continuamente: Se ven ante máquinas alienígenas, llenas de botones, sonidos, e imágenes extrañas, que les da miedo tocar por equivocarse y adentrarse en lo que no conocen. Ya no leen, ya no ven, sólo buscan el botón que les llevará a dónde ya han estado. Es el pánico a perderse. Y algunos, que se aprovechan de esto, tienen la culpa.
Muchas empresas, capitaneadas por ejecutivos decapitados por su ignorancia y avaricia, destrozan el futuro prometedor de la generalización de las máquinas de luces, obligan a sus clientes a elegirlos a ellos, sin ofrecerles lo que necesitan, utilizando mentiras, engaños, extorsión y muchísimo dinero en sobornos y publicidad. Y esos otros aterrados ignorantes, sus clientes, son realmente presos de todo un engranaje, de un móvil perpetuo, que cada día es más grande y monstruoso.
Muchos somos los que nos esforzamos en hacer cosas sencillas, fáciles de usar, que nada más verse te cuenten sin tapujos lo que pueden y lo que no pueden hacer. Pero intentar hacer cosas que no den miedo no es muy efectivo cuando aún hay personas que creen que el exceso es una virtud, desgraciadamente ubicados en la parte superior de los estrictos organigramas empresariales, y no se escandalizan de creerlo. Ellos provienen de la época de las cavernas en esto de la tecnología, y no se han molestado en reciclarse porque por encima de ellos sólo hay gente anclada aún más atrás en el tiempo.
El problema es que empresas antiguas, con planteamientos antiguos a la par de erróneos, intentan hacer lo que han hecho siempre, negocios a la antigua, cerrándose en banda a la innovación o el cambio. Tal vez solo aceptan cambiar las cosas de sitio e incrementar el precio.
Ellas tienen el dinero, ellos controlan la distribución, ellos pueden cercenar los derechos de sus clientes a voluntad, espiarlos, y torturarlos de mil millones de maneras diferentes. Y sus clientes aceptan, de buen grado, todo aquello que les llega. Porque les han enseñado a tener pánico por lo que no conocen, porque no les importa sufrir si ese sufrimiento es conocido, porque les han inculcado una neofobia exagerada.
Vivimos en un mundo cambiante, y nada puede frenarlo, ni siquiera el miedo, las guerras, o los poderosos del pasado. Si las cosas siguen como ahora mucha gente acabará muy mal en el camino, pero tarde o temprano se superará ese miedo, se verán las cosas como son, porque abrazarse a lo antiguo disfrazado de nuevo es una estupidez, y verán que muchas malas personas han estado jugando con ellos para exprimirlos.
No sé lo que pasará después, no tengo miedo al cambio, y personalmente me gustan las sorpresas.
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